EDITORIAL: La raíz de todos los males

La tormenta perfecta sigue su curso inexorable y el mundo, alelado aún por lo inesperado y rápido de los hechos, se pregunta cuál es la solución. Pero antes de hablar de remedios, es importante saber qué ha pasado, porque sin un diagnóstico correcto, es imposible hablar de soluciones adecuadas.

Pongámonos domésticos. Es cierto, la crisis es mundial, sin embargo, vale la pena centrar la reflexión en nuestro país.

Ubiquemos la génesis del problema en la crisis política que provocó el golpe de junio de 2009. ¿Por qué?, pues, porque una de las lecciones que este hecho bochornoso nos dejó, fue la necesidad de implantar en el país un sistema de planificación, esta vez basada en dos elementos cruciales: la participación ciudadana (democracia republicana) y el agua (ordenamiento territorial para aprovechar mejor nuestros.

Se planteó si, hasta se elevó a la categoría de ley, algo inédito en el país –no se había hecho ni en tiempos del reformismo de los 70– y hasta se exigía mayoría calificada si se quería cambiar algún artículo. Se pretendió blindar el proceso creando una Secretaría de Estado técnica y especializada, que coordinara los esfuerzos de todo un sistema que le daría vuelta a la forma de gestión pública y que hasta buscaba crear una nueva cultura de convivencia y trabajo en este pequeño pero rico país.

La punta de la madeja era el presupuesto nacional; cambiar la lógica de su estructuración, devolver a la ciudadanía la prerrogativa en la definición de las prioridades y lograr que en los territorios, la gente organizada en Consejos Ciudadanos, exigiera a los responsables de la administración de sus recursos, el estricto cumplimiento de los objetivos que ellos mismos plantearan.

De esta forma, la salud, educación, infraestructura de servicios y la seguridad pública podrían, poco a poco, garantizar la mejora en las condiciones de vida de la gente; la inversión, acordada por los ciudadanos de acuerdo a la potencialidad de cada territorio, garantizaría la riqueza y bienestar futuro de forma sostenible, sin dañar los recursos naturales y asegurando la convivencia y gobernabilidad. No habría que despojar a la gente de los ríos o el aire no; mas bien se les otorgaría la prerrogariva de manejarlos adecuadamente, como corresponde.

Nada de esto pasó. Todo fue un sainete, una mascarada cuidadosamente montada para generar la impresión de orden y así encubrir la trampa mortal del continuismo, el saqueo y sobre todo la seguridad de que las cosas seguirían igual que antes del marasmo político. Gatopardismo al estilo más vulgar.

El presupuesto de salud y educación, las claves del verdadero cambio siguió siendo el botín de políticos y empresarios sin escrúpulos que continuaron y continúan usufructuando con la venta de servicios, sin comprender el venrdadero sentido de la convivencia.

Era cuestión de tiempo. Solo había que esperar a que sucedidera un impostergable como el que tenemos hoy.


Sin un sistema educativo que dé a la gente la consciencia necesaria para entender que se deben tomar medidas adecuadas en el cuidado personal, pero sobre todo para mejorar sus condiciones de ingreso al mercado laboral. Con los servicios de salud más endebles de la región; sin medicamentos y equipo, pero sobre todo sin protección e incentivos adecuados al personal. ¿Cómo podemos esperar que la cosa marche medianamente bien en la solución del problema?

Y la pandemia solo es la muestra de lo que viene. La depresión económica que comienzan a vivir los estadounidenses que muy pronto tendrán 40 millones de trabajadores en la calle, muchos de los cuales serán hondureños y hondureñas. ¿Qué va a pasar con nuestras reservas internacionales? ¿Y si Trump decide, como es lógico pensar, que hay que desterrar cuanto antes a los migrantes indocumentados? ¿Y si el precio del café sigue a la baja y las maquiilas se van por falta de un mercado al cual vender?

Lo que se avizora no es bueno. El gran problema es que un país nunca toca fondo. Las personas cuando mueren ya no pueden estar peor. ¿Pero Honduras? Lo terrible de esto es que hay espacio para africanizarnos, para ser peores que Haití y Liberia.

No vale la pena seguir la cantaleta, pero si recordar que todavía hay chance de aprender de esta debacle. ¡Pensémoslo y hagamos los cambios que debemos! Aun estamos a tiempo.

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