Salvador Sostres: Nuestro obispo Setién
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Barcelona
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Olga Tubau es una de las mejores penalistas de España y su elegancia física es un fiel reflejo de su elegancia interior. Todo el mundo tiene derecho a defenderse y un acusado no ha ni de decir verdad, pero por muy inteligente que sea la estrategia de comparecer como mansa paloma, y dárselas de discrepante del gobierno de Puigdemont en aquellos meses de 2017, el mayor Josep Lluís Trapero fue el brazo armado de la estrategia independentista para poner contra las cuerdas al Estado. Meticulosamente midió sus palabras y su gesticulación pensando en la cobertura legal que al final iba a necesitar y que hoy exhibe como un cordero cuando se comportó como un lobo para subvertir la democracia y la Ley, para intimidarnos, para asustarnos, para que la banda de los suyos pudiera pasarnos por encima sin que nosotros pudiéramos defendernos.
Todo estuvo milimétricamente calculado para poderse hacer luego el inocente: el número de intrascendentes colegios electorales que clausuró el 1-O, la presencia de los Mossos que llegó tarde, mal, y haciéndose la cómplice de los votantes, y por supuesto la posición pública de Trapero, que si bien no dijo ni hizo nada obvio en favor del referendo, dio a entender —y los independentistas lo entendieron muy bien— que el jefe de la policía estaba con ellos y que la causa de la independencia era su causa.
Si alguna cosa no es Trapero es un idiota. Basta con ver la penalista que se ha buscado. Junto con Fermín Morales y Cristóbal Martell, una de las mejores de España. Basta con ver, también, que le hace caso en su línea de defensa y que halla aceptable el precio de dejar de ser un héroe «indepe» si es a cambio de salvarse. Por lo tanto, su presencia, meses antes del referendo, cantando habaneras en casa de Pilar Rahola rodeado de los más insignes independentistas, ni fue casualidad ni fue un descuido que se hiciera pública. El mayor había comprado guayaberas para todos los invitados, entre los que estaba Puigdemont. No es creíble que diga que al cabo de un mes urdió un plan secreto para detenerle. Y es de hecho un insulto a nuestra inteligencia que pretenda que le creamos.
Hay cosas que me las cuentan y es mi decisión creerlas o no. Pero lo de aquellos días en Cataluña lo viví minuto a minuto y fueron los momentos más desagradables y angustiosos de mi vida. No tanto por lo que hicieron los independentistas, que también, como por saber que si algo grave ocurría no tendríamos a nadie que nos defendiera. Y fue muy especialmente Trapero quien nos dejó solos, quien nos hizo sentir que nuestra policía era política y estaba al servicio de los que querían pisotearnos para que pudieran hacerlo con total impunidad, y si íbamos a quejarnos éramos tratados con indiferencia cuando no con desprecio. Trapero fue el obispo Setién de Cataluña, y en el asedio de la consejería de Economía, en cada colegio electoral del 1 de octubre, y en la huelga del día 3, los Mossos, bajo su apariencia de ser los defensores del orden y la Ley actuaron como catalizadores del golpe contra el Estado y contra la convivencia que se estaba llevando a cabo.
Trapero tiene derecho a defenderse y ha elegido una de las maneras más eficaces de hacerlo. Pero los que vivimos aquellos acontecimientos sabemos lo que hizo y para siempre llevaremos grabado en nuestros corazones y nuestros cerebros el miedo que nos hizo pasar, el cinismo, la soledad, la tristeza de ver cómo éramos violentados en nuestra propia casa con la disimulada —pero no por ello menos intensa, ni menos humillante— connivencia de nuestra propia policía. Lo que nos hizo Trapero fue mucho peor que lo que hizo Junqueras en tanto que cuando nos atracan no le pedimos ayuda al ladrón sino a la policía. Y pedimos ayuda, y los policías sonreían a los delincuentes viendo a lo lejos como el más hondo concepto de nuestra ciudadanía estaba siendo reducido a escombros. Trapero fue nuestro obispo Setién, y como él demostró que a veces la mayor maldad se perpetra no haciendo nada.
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