Se abre el telón y aparecen un robot y un canadiense | Innovación

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Antes de empezar, me gustaría hacer un ejercicio: respirad profundamente…”, indica Kory Mathewson al comienzo de una de sus actuaciones. “Y rebajad vuestras expectativas”. El investigador canadiense, especializado en machine learning interactivo, lleva quince años subiéndose a los escenarios en espectáculos de improvisación. Desde hace tres, comparte las tablas con robots y avatares dotados de inteligencia artificial en HumanMachine.

Mathewson es un titiritero sin cuerdas. O un ventrílocuo que actúa sin poner voces y con las manos libres. Sus inteligencias artificiales, Pyggy y A.L.Ex, van por libre, como Doñas Rogelias 4.0, capaces de entender y hablar doce idiomas, improvisar respuestas mínimamente razonables, y, por supuesto, capaces de meter la pata. “A veces funciona perfectamente y a veces no funciona en absoluto. Pero en improvisación eso es bueno. De hecho, es mejor”, asegura. “Mucho del humor del espectáculo viene del hecho de que conforme avanza, la gente se va dando cuenta de lo ridículo que es y cómo las capacidades de los sistemas no son lo que esperaban. Intentamos que la máquina quede bien, pero somos honestos sobre sus habilidades”.

¿Diría que esa gestión de expectativas también es necesaria, en general, en cualquier ámbito en que participe la inteligencia artificial?

Claro. Creo que hay mucho entusiasmo en torno a lo que la inteligencia artificial puede hacer y esa emoción atrae inversiones de tiempo y dinero, así que mucha gente está inflando las habilidades de estos sistemas, de manera que pueda atraer la atención de los medios y las inversiones financieras. Creo que es importante que como sociedad, entendamos las limitaciones de estos sistemas y que sus diseñadores sean honestos, sinceros y explícitos sobre sus capacidades y no sobreprometan.

Entre sus inspiraciones, ha citado a Pygmalion -que se enamoró de su escultura- y a Frankenstein -que nos enseñó a temer la vida artificialmente creada-, ¿estamos cerca de alguno de esos dos escenarios?

 Creo que es mucho más factible la primera situación. Sé que hay ciertas culturas que se muestran muy cariñosas con objetos inanimados. A medida que esos objetos se vuelvan más creativos y personales, la idea de un vínculo íntimo con ellos será menos descabellada. El hecho de que cuando tu teléfono está cerca tu ritmo cardiaco cambia debería confirmarnos que cada vez estamos más conectados con estos sistemas. Una vez que empiecen a hablarnos, a contarnos cosas sobre ellos y a escucharnos, será mucho más probable. La escucha es una parte muy importante de la intimidad.
Frankenstein no me parece tan factible. Creo que tiene mucho de miedo y descontento. De esa inspiración viene de la idea un humano que construye la máquina para sí mismo y de pronto se ve encerrado en un círculo vicioso. Creo que podemos escapar de esto compartiendo y escuchando a la gente que utiliza estos sistemas.

Pyggy (que debe su nombre a Pigmalión) y A.L.ex (Experimento de Lenguaje Artificial, por sus siglas en inglés) son, en poquísimas palabras, una app. Cuando están activos escuchan lo que dices a través de un micrófono y responden a través de un altavoz. En la jerga del sector, lo primero se llama reconocimiento del lenguaje y lo segundo, síntesis de voz.

Lo que ocurre en medio, en la cabeza de estas marionetas inteligentes, se conoce como gestión del diálogo, y significa que el sistema está generando una frase basada en lo que dices. “Suelo describirlo como un dado. Como si un dado enorme estuviera girando e inventando una nueva frase con cada tirada”, añade Mathewson.

¿En qué se diferencian el dado de Pyggy y el de A.L.ex?

Pyggy usa frases de películas. De modo que en la metáfora del dado, cada cara es una frase completa. En el caso de A.L.ex, cada cara tiene una palabra, así que hay que tirar muchas más veces, pero es mucho más aleatorio y no solo está reciclando palabras de películas, está generando nuevas frases que nunca se han usado.

Parece una mezcla entre las ocurrencias de los algoritmos de Janelle Shane y las cabezas parlantes de Hanson Robotics…

Se parece más a lo que hace Janelle Shane, en el sentido de que usamos algo de tecnología de inteligencia artificial para incrementar nuestra creatividad. Son herramientas que nos dan nuevos puntos de vista o ideas. Las cabezas parlantes de Hanson Robotics son un poco más controvertidas, porque las presentan como más competentes de lo que probablemente son. Algo en lo que nos centramos en este proyecto es en que no funciona perfectamente.

En su tesis describe la celebración del fracaso como parte fundamenta de los ejercicios de improvisación teatral. ¿Hay espacio para esto cuando la que fracasa es la máquina y a usted, como humano, le toca arreglarlo?

Pienso que sí. Lo que nos hace humanos y creativamente interesantes es que podemos adaptarnos a diferentes circunstancias y a diferentes tecnologías. En la improvisación, en mi tesis y en mi mentalidad, tenemos que celebrar nuestros fracasos porque aprendemos mucho más de ellos. Celebrar un fracaso es en realidad celebrar el aprendizaje y continuar aprendiendo. Hay una frase que me gusta mucho de mi compañero, Piotr Mirowski: “Tienes éxito solo porque has fracasado”. Esto es críticamente importante cuando hay máquinas implicadas porque hay cierta percepción pública de temor sobre ellas. Al celebrar sus fracasos, rompemos ese miedo, y demostramos que no son perfectas, pero van a seguir mejorando.

Entre los planes de futuro de Mathewson, que combina este proyecto personal con su trabajo en DeepMind, figura dotar a los robots de la habilidad de percibir a la audiencia y seguir ampliando la presencia internacional del espectáculo, que ya ha pasado por Bélgica, Suecia y Londres, entre otros, e incluso se ha desarrollado en dos sitios a la vez, con conexiones en directo entre escenarios de distintos países. “Ahí fuera hay muchas más ideas creativas que las que a mí se me ocurren. Tengo que construir estas herramientas de manera que otras personas puedan usarlas en diferentes espectáculos y hacer propuestas”. Por lo pronto, A.L.ex es capaz de seguir el hilo de la conversación y ofrecer respuestas que encajan en una temática general. Como muestra, un intercambio recogido en la tesis doctoral del canadiense.

—Capitán, estamos siendo atacados. La fragata está llegando… —anuncia el humano.
—Verás, no opino lo mismo. Sencillamente no quiero quedarme en la posición de acabar quemado —contesta el robot.
—Vamos a acabar todos quemados por el fuego de un cañón…
—Ya que estás ahí, cuéntame. Cuando me vista subiré a ver qué pasa —sentencia la remolona máquina.

¿Llegaremos a ver un reparto 100% robótico sobre el escenario?

Necesitaremos presencia humana. El humano es lo que más conecta con la audiencia. Una situación con un reparto completamente mecánico solo funcionaría si la audiencia también fuera mecánica. Sé que parece absurdo, pero es la única forma. Vamos al teatro y disfrutamos el arte porque vemos reflejada en ellos la experiencia humana.

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